Milgram testeó la teoría usando un método que llamó “el problema del Mundo Pequeño”.
Eligió al azar gente en dos ciudades del Medio Oeste de Estados Unidos (Wichita y Omaha). Cada una de estas personas tenía que enviar un paquete a quien se le indicaba. Los destinatarios –en principio desconocidos para los remitentes– vivían todos en Massachusetts, en el área de Boston. Los remitentes sólo conocían el nombre del destinatario, la ocupación y el barrio.
Les explicaban también que si no conocían a la persona a la que debían hacer el envío (que era lo más probable), entonces, debían elegir a alguna persona que ellos sí conocieran y que supusieran o pensaran que a ésta le sería más fácil acceder al destinatario del paquete.
Esta nueva persona tenía que repetir el procedimiento, hasta que la encomienda –eventualmente– llegara al destinatario final. Y si en algún momento no sabían cómo avanzar, debían mandar una carta a Harvard explicando el problema.
En definitiva, si el paquete llegaba a Boston, los científicos sabían exactamente por cuántas personas había pasado en el medio y, además, quiénes eran.
Por otro lado, para envíos que no llegaban a destino, las cartas que sí llegaban a Harvard identificaban el lugar en donde se había estancado “para siempre” el proyecto, al menos, en ese caso particular.
Obviamente, la mayoría de los que participaron, pensaron que la cadena incluiría a cientos de intermediarios. Sin embargo, para sorpresa de casi todos, no fue así. En realidad, en promedio la cadena tenía entre cinco y siete participantes.
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